El lugar especial afuera
Un árbol donde treparse, una piedra para sentarse en el jardín, un rincón junto al resbalín de la plaza… creo que si hacemos memoria todos lo tuvimos alguna vez en la infancia: ese espacio propio al aire libre donde nos sentíamos dueños del lugar, donde añorábamos estar cuando todo salía mal. Un lugar acogedor, en la naturaleza pero sobre todo, propio. Podía no tener mucho sentido para otros, la piedra era medio incómoda para sentarse, o el rincón entre los arbustos de la plaza estaba medio abandonado, pero nos encantaba porque era nuestro.
Hoy creo que es un lujo eso que muchos tuvimos cuando chicos, el perder el tiempo es un espacio al aire libre. Esa posibilidad de aburrirse hasta volverse creativos, de encontrarse con uno mismo y con otras criaturas, el sentirse parte de un lugar que nos era inicialmente ajeno. Es uno de los costos de la vida moderna, de nuestras agendas llenas de compromisos y cosas útiles que adultos y chicos debemos hacer.
Richard Louv, el famoso autor del libro “El último niño del bosque”, habla de este rincón especial y lleva la reflexión a lo más concreto: la responsabilidad es de los adultos y la posibilidad de recuperar esta costumbre está en nosotros.
¿Por dónde empezar? Cuesta cambiar las rutinas, más si tenemos todo un sistema montado para ser eficientes, rápidos, útiles donde los niños (y nosotros) vamos de allá para acá haciendo lo que se supone que tenemos que hacer cada día para cumplir con lo que pensamos que es indispensable para que crezcan sanos.
¡Pero se nos olvida salir! Dejar un espacio en la agenda para acompañarlos a estar afuera, buscar ese espacio acogedor que nos encanta, que nos sana, que nos entretiene y pasar ahí un rato, sin nada planeado.
A veces, cuando nos come la máquina, hay que forzarlo un poquito. Yo tengo un sistema para salir de esa rutina: me lo anoto en la agenda, como una actividad más del día, y pongo incluso una alarma para no hacer trampa. Salgo muchas veces a regañadientes, pero intento concentrarme en encontrar un espacio o una actividad que me acomode ese día y que funcione para los niños también. A veces trabajamos en el huerto, otras me siento a tejer en el arenero con las niñitas, o hacemos un picnic debajo de un árbol. Si estamos con más tiempo salimos a caminar o en bicicleta por el campo.
Salir a hacer algo o con un objetivo específico no es la meta pero al menos a mí me funciona como una excelente transición. Muchas veces pasados unos minutos nos conectamos con el espacio y disfrutamos de ese rincón especial, aunque otras sólo estoy ahí esperando que el reloj se apure para seguir haciendo check a la lista de pendientes interminable como toda mamá que trabaja.
Creo que la repetición es la clave para encontrar ese rincón. Convertir en rutina la salida afuera, acompañar a los niños, proponerles actividades para que se vayan enamorando el pedazo de naturaleza que tienen disponible. Mostrar con el ejemplo que los adultos también necesitamos salir un rato para sentirnos mejor y buscar ese lugar que nos hace sentir en casa.